domingo, 11 de diciembre de 2022

LOS FORESTALES

















Antes de que los pueblos tuviesen delimitados sus propios términos, después de múltiples litigios, los encargados de cuidar los montes eran los llamados Caballeros de la Sierra, que servían a los grandes Señores de la época, como el marqués Don Diego Hurtado de Mendoza, o el Señorío de Cuenca, cuidando que ni para edificar, ni tan siquiera para poder calentarse, se pudiera coger leña de ellos, con fuertes represalias para los que lo hicieran, que se arriesgaban a la destrucción de sus edificios, e incluso sus hornos de leña. Los procesos de desarticulación de la masa comunal durante el siglo XIX, desataron un importante conflicto en la Serranía de Cuenca. La fecha que se toma como referencia de los agentes forestales fue la de el 11 de julio de 1877. Bajo el reinado de Alfonso XII, se promulga la Ley de Mejora, Fomento y Repoblación de los Montes Públicos. Ya en 1907, tras apreciar la necesidad de contar con un cuerpo específico dedicado a proteger y conservar los montes, se crea el Cuerpo de Guardería Forestal del Estado. En un informe de 1917, se habla de que tenía a su cargo cada Guarda una masa de 5.000 Has. en diferentes municipios. Ya diferenciadas las Has. pertinentes de cada pueblo y acotado por parajes, cada uno de ellos estaba adscrito a un guarda forestal (agente medioambiental en la actualidad). Estos no solo se encargaban de vigilar la parte que les correspondía, también de cuidarlo. Cada guarda tenía una cuadrilla de trabajo de seis o siete jornaleros que vivían del monte, lo tenían limpio todo el año y evitaban, junto a la ganadería, los grandes incendios. En un principio, los guardas vivían en el monte que tenían asignado, en casas forestales exclusivamente para ellos. Más tarde bajaron a vivir al pueblo. Si había cuatro o cinco guardas forestales, también arrastraban familias con hijos que aumentaban la población y daban vida al comercio y a la escuela, en definitiva manteniendo puestos de trabajo. Las diferentes administraciones, con sus propios criterios de centralizar puestos de trabajo, poco a poco han ido cargándose la población rural. Los forestales y, también en el mismo entorno, el médico, el practicante, el veterinario, maestros de escuela, guardias civiles, etcétera, aunque continúan ejerciendo su labor social, han dejado de vivir en el pueblo. Es cierto que la dureza del trabajo en el monte, hizo que mucha gente emigrara a las grandes ciudades en busca de trabajos mejores y mayores oportunidades para sus hijos. También es cierto que el que quiso quedarse vivió del trabajo existente, y que con la llegada de maquinaria de apoyo, el monte se iba haciendo menos duro. Algunos después de probar suerte en las ciudades han vuelto, pero han sido los menos. De alguna manera la administración debería tener como objetivo hacer atractiva la vida rural, incentivar el trabajo en el monte, cuidarlo y protegerlo. El resultado final sería un monte limpio con menos incendios, y los pueblos crecerían en calidad de vida, con la ilusión del aumento gradual de su población.

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