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Tragacete en otoño |
Texto recogido del libro "Pueblos y Paisajes" de Miguel Romero Sáiz.
«Hablar del cerro de San Felipe, techo de la Sierra de Cuenca, y a su lado, oír el susurro de la corriente que genera el río Cuervo, en su discurrir, te permite conocer la ubicación de un término, que de por sí, es tan antiguo como la madre Naturaleza.
Las aguas del Cuervo, que nacen en la vertiente noroccidental del cerro de San Felipe, las del Júcar, a unos cinco kilómetros, y al lado las del Tajo, que surcan los tilos centenarios, forman el enclave de un lugar señorial, por su estampa, y antiguo por su origen: Tragacete.
Al final de la Edad del Bronce, y cuando hasta aquí llegan los pueblos indoeuropeos van mezclando su sangre con la población autóctona. Un pueblo, el celtíbero, forma hogar.
La extracción del hierro, fundamental para la vida de este período, generó en lugares de la Serranía Alta condicionantes de poder. Tragacete fue uno de ellos, los romanos en su tiempo, nos dejaron su puente sobre el Júcar, y los visigodos después, explotarían su yacimiento mineral.
Sin embargo, la riqueza de su suelo fue siempre un bien apreciado. Las masas ferruginosas, antes citadas, con la abundante madera, aprovechada por los musulmanes para astilleros, y la explotación de ricas salinas, formaban el triángulo económico en el que se consolidó su evolución demográfica, creando lugar de poblamiento y núcleo importante de la Alta Sierra.
Tragacete adquiere ese nombre en base al arbusto que se cría en las riberas de sus ríos, y cuyo nombre "taraje" nos conduce etimológicamente a Tragacete, como pequeño lugar abundante en tarajes.
En el período repoblacional, este lugar adquiere la importancia que le marcará la historia, al llegar hasta aquí gentes del Señorío de Molina y establecer sus linajes.
A consecuencia de la caída del rey Lobo, rey musulmán de Murcia, cuyos dominios hasta aquí llegaban, los cristianos ocuparon varios castillos de la Sierra, más allá de Beteta, y así D. Pedro Manrique de Lara adquiere el de Tragacete, cuya villa pobló, allá por el 1202, según consta en un documento, en el cual, el rey Alfonso VIII otorga y confirma la venta de Tragacete, que Doña Mafalda, viuda de Pedro Manrique, junto a su hijo Gonzalo Pérez, hicieron al Concejo de Cuenca por cuatro mil maravedís, exceptuando las Salinas que allí se explotaban y que Alfonso VIII reservó para él:
"Yo, Alfonso, Rey de Castilla y de Toledo, ... confirmo al Concejo de Cuenca la compra que hizo de Tragacete a Doña Mafalda, mujer de Pedro Manrique y a su hijo Gonzalo Pérez por cuatro mil maravedís para que tenga y posea la aldea de Tragacete como término de Cuenca, con todas sus posesiones y pertenencias, tierras, prados, aguas, ríos, bosques y dehesas, por derecho hereditario a perpetuidad, excepto las Salinas allí existentes que las reservo para mi causa."
En otro documento fechado el 25 de octubre del mismo año 1202, Alfonso VIII concede al Obispo San Julián y a los canónigos de su Iglesia el diezmo de las rentas de las Salinas de Tragacete...»
Como podemos comprobar a través de este texto, los períodos repoblacionales han sido necesarios y se han sucedido en diferentes épocas, llegando hasta nuestros días con su bagaje de historia viva.
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