Un año más, se acerca la hora de
honrar a San Miguel, nuestro Santo Patrón. Este año, por fin, con normalidad.
Lo celebraremos con todas las tradiciones típicas de estas fechas: misa, procesión, juegos populares, baile, etc.
Sobre el baile voy a hablar. Actualmente se coloca una carpa en la plaza del pueblo para organizar el baile y algún otro evento, debido a que si se junta mucha gente, no hay suficiente espacio en los salones cerrados.
Con anterioridad el baile se celebraba en el salón de baile situado al lado del Trinquete, y ahora en desuso, así llamado porque principalmente se usaba para este fin.
Un gran salón para un pequeño pueblo y para una época determinada, probablemente el único en todos los alrededores. El escenario está situado al entrar, a la derecha, con dos rincones, un poco más privados, donde las parejas intentaban pasar desapercibidas bailando. Al fondo, en la otra parte del escenario hay un ambigú, un mostrador con un espacio detrás a modo de bar. Nunca lo vi en funcionamiento, aunque en épocas anteriores, salía a subasta y algún vecino del pueblo lo regentaba durante la fiesta.
Alrededor del salón, adosados a las paredes, hay bancos de madera, donde las madres se sentaban a ver el baile y a “cuidar de la honra” de sus hijas, actualmente algo impensable, porque los tiempos han cambiado, no hay asientos bajo la carpa, y ahora chicos y chicas conviven en las “peñas”, o en cualquier parte sin tanto remilgo.
Aquellos bancos también servían para que las chicas, sentadas, esperasen a que algún chico las sacase a bailar, sobretodo si era el que les gustaba. Cuando el mozo se acercaba a sacar a una y ésta le decía que no, probaba suerte con la siguiente, ésta, muy digna, contestaba “no soy plato de segunda mesa”.
El viejo salón servía también para que los más pequeños corriesen por medio y, poco a poco, al ir creciendo, al son de la música, se desarrollase cierta afición al baile, bien o mal, pero sin temor al ridículo. Por eso, casi toda la gente del pueblo, sabe desenvolverse en el arte del pasodoble, rumba, tango, etc., a nuestra manera, eso sí, sin academia.
El viejo salón presenció concursos de baile, disfraces, nombramientos de Damas y Reina de las Fiestas, enamoramientos, amores fallidos, borracheras y también fue culpable de muchos “trancazos”, al finalizar la fiesta, sobre todo por el contraste que representaba el calor de la gente con todo cerrado y salir a beber, como era habitual, a la fuente de los doce caños tan cercana.
¡Cuántas historias guardan las paredes del Viejo Salón!
En una época pasada, ¿mejor?, ¿peor?, simplemente diferente.
A disfrutar todo lo posible de las fiestas, de la familia, de los amigos...
Lo celebraremos con todas las tradiciones típicas de estas fechas: misa, procesión, juegos populares, baile, etc.
Sobre el baile voy a hablar. Actualmente se coloca una carpa en la plaza del pueblo para organizar el baile y algún otro evento, debido a que si se junta mucha gente, no hay suficiente espacio en los salones cerrados.
Con anterioridad el baile se celebraba en el salón de baile situado al lado del Trinquete, y ahora en desuso, así llamado porque principalmente se usaba para este fin.
Un gran salón para un pequeño pueblo y para una época determinada, probablemente el único en todos los alrededores. El escenario está situado al entrar, a la derecha, con dos rincones, un poco más privados, donde las parejas intentaban pasar desapercibidas bailando. Al fondo, en la otra parte del escenario hay un ambigú, un mostrador con un espacio detrás a modo de bar. Nunca lo vi en funcionamiento, aunque en épocas anteriores, salía a subasta y algún vecino del pueblo lo regentaba durante la fiesta.
Alrededor del salón, adosados a las paredes, hay bancos de madera, donde las madres se sentaban a ver el baile y a “cuidar de la honra” de sus hijas, actualmente algo impensable, porque los tiempos han cambiado, no hay asientos bajo la carpa, y ahora chicos y chicas conviven en las “peñas”, o en cualquier parte sin tanto remilgo.
Aquellos bancos también servían para que las chicas, sentadas, esperasen a que algún chico las sacase a bailar, sobretodo si era el que les gustaba. Cuando el mozo se acercaba a sacar a una y ésta le decía que no, probaba suerte con la siguiente, ésta, muy digna, contestaba “no soy plato de segunda mesa”.
El viejo salón servía también para que los más pequeños corriesen por medio y, poco a poco, al ir creciendo, al son de la música, se desarrollase cierta afición al baile, bien o mal, pero sin temor al ridículo. Por eso, casi toda la gente del pueblo, sabe desenvolverse en el arte del pasodoble, rumba, tango, etc., a nuestra manera, eso sí, sin academia.
El viejo salón presenció concursos de baile, disfraces, nombramientos de Damas y Reina de las Fiestas, enamoramientos, amores fallidos, borracheras y también fue culpable de muchos “trancazos”, al finalizar la fiesta, sobre todo por el contraste que representaba el calor de la gente con todo cerrado y salir a beber, como era habitual, a la fuente de los doce caños tan cercana.
¡Cuántas historias guardan las paredes del Viejo Salón!
En una época pasada, ¿mejor?, ¿peor?, simplemente diferente.
A disfrutar todo lo posible de las fiestas, de la familia, de los amigos...
¡Felices Fiestas!
¡Viva San Miguel!
¡Viva Tragacete!
¡Viva San Miguel!
¡Viva Tragacete!
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