jueves, 6 de noviembre de 2025

LA BARBERÍA

 



La barbería, era el lugar de encuentro de los hombres antes de irse a sus labores, agrícola, ganadera o del monte, o a la vuelta de esos trabajos, no solo para cortarse el pelo, y afeitarse, también para socializar, igual que ahora en las peluquerías modernas unisex. Con una brocha, jabón y agua caliente recogida de la cocinilla, se bañaba la cara de los señores, a veces con una barba durísima, y después con una navaja y gran destreza, entre chiste y chiste, se dejaba la cara con un masaje final de Floyd como el culito de un bebé. Acabando el servicio con un Servidor de Usted. La mayoría de las veces la barbería era el lugar de aseo de aquellos señores, donde también se vendía brillantina y una colonia destilada en la misma barbería con agua de lluvia y esencias.

En Tragacete, antes de la barbería de la Plaza, la de mi padre, hubo  al menos dos barberos, uno fue la barbería del corzo, que según me corroboró Miguela era la de su cuñado Segundo, y estaba situada en la que sigue siendo la casa de los corzos; y en el callejón (ahora cerrado) se podía ver el interior por la ventana.

La otra era la del tío Guillermo, el marido de la tía Librada, que estaba situada en la casa que hace esquina enfrente del Gamo de arriba, como así me lo ha confirmado su bisnieta Nuria.

La de mi padre, al principio estuvo ubicada en casa de Lázaro el moña, hasta su establecimiento definitivo en la Plaza, y su horario de trabajo podía abarcar desde las ocho de la mañana hasta las doce de la noche, ya que los pastores o los agricultores madrugaban o volvían tarde. Cualquier hora era buena para atenderlos.

Para cobrar el método establecido era el de las igualas, que quiere decir que los servicios de la semana se igualaban con una cantidad de grano del que se recogía en las cosechas, por lo que se cobraba una vez al año; también se pagaba con huevos, y por supuesto con dinero, algo que en aquella época escaseaba. El precio del servicio a domicilio, para personas enfermas o impedidas, era el doble, aunque mi padre nunca aplicó esa tarifa. Todavía recuerdo que existía un cuaderno con los débitos, eran épocas difíciles.

La barbería en la que yo me crié siempre estaba llena de gente, a cualquier hora. Aún no había empezado la emigración a las ciudades. Cuando llegaban las fiestas era tanta la afluencia de público que mi tío Leandro, subía de Cuenca para ayudar a mi padre.

A mi corta edad veía a la gente muy mayor, señores con barbas de varios días, curtidos por el aire y el sol, para mí eran todos abuelos. Quizá por eso siempre me han interesado las historias que oía contar sobre nuestro pueblo, porque siempre andaba por medio, y siempre me produjo una enorme ternura el mundo de los abuelos, por su experiencia y a veces porque vivían en mundos diferentes, por haber perdido la cabeza, que decían entonces, y yo pensaba: dónde la habrán dejado.

Había una tabla con números para repartir turno, y una radio que, en aquellos años en los que hasta pensar estaba prohibido, además de oír el parte oficial por la noche, me contaban que si no quedaba ningún cliente sospechoso, que pudiera delatar, se sintonizaba la famosa emisora Pirenaica, para conocer otra versión diferente a la oficial sobre la situación política de nuestro país.

Mi padre, aprendiz de barbero desde su infancia en Cuenca, se estableció en Tragacete después de la guerra, hacia el año 45, viviendo exclusivamente de este oficio hasta los años 70 cuando comenzó el abandono de los pueblos buscando una vida mejor en la ciudad. Al mismo tiempo con la moda de los pelos largos al estilo Hippie y más tarde con las maquinillas, la gente ya no iba cada semana a afeitarse a la barbería, y tuvo que reinventarse. La barbería siguió funcionando hasta que se jubiló, aunque siguió atendiendo a sus clientes de toda la vida, no solo de Tragacete, sino de los pueblos de alrededor.

La Diputación en un programa de recuperación de oficios perdidos, impulsado por Miguel Romero, grabó un programa en el que entrevistaba a mi padre cuando tenía 90 años en el que habló de su trabajo y de su vida en el pueblo. Lamentablemente la grabación se perdió y no se sabe donde está. Al menos tenemos constancia gráfica de su último servicio, en el que, a sus 100 años, mi padre le cortaba el pelo a su último cliente, Gregorio el hachero, de 90, con la siguiente conversación:

─Aquí no hay más barbero que tú.

─Cómo dices.

─Que aquí no hay más barbero que tú.

─Pues no, no hay nadie, ni pa qué, si casi no hay gente en el pueblo.

─También llevas razón.


Aunque mis hermanos aprendieron el oficio, sus vidas discurrieron por otros derroteros.


A todos los peluqueros y barberos por su dedicación a pesar de las dificultades, y especialmente a mi padre: Francisco, EL ÚLTIMO BARBERO DE TRAGACETE.