También nos habla ya de la importancia de la caza, de la destreza de hombres cazando corzos o jabalíes, y cómo los más viejos cuentan tiempos en los que se cazaban osos, de ahí que la toponimia hable de parajes como “El rincón de los corzos”, la “Umbría del oso”, o “Las Jabaleras”. Nos habla de la limpidez y hermosura de los ríos y pinares del Júcar, del Tajo y del Cuervo, para terminar diciendo que en un plazo breve, las primeras escopetas de España se reunirán aquí, en uno de los cotos más extensos y bellos del país, y para ello se ha construido un Parador de recia y cómoda arquitectura, en el que sólo faltan por levantar las construcciones que exige la montería: cuadras, perreras y capilla, aunque al parecer con discrepancias al hallarse cercana la Iglesia con San Miguel como patrón, peleador que no va nada mal como protector de cazadores.
Y todo esto dice Federico a doscientos kilómetros de Madrid. El Parador al que se refiere sería conocido como Hotel La Trucha, con gran prestigio durante muchos años como referente de un pueblo que miraba al futuro con esperanza de progreso, con una fuerte decadencia a finales del siglo pasado.
En la actualidad no tiene la función para la que se creó, y
después de muchos años de “abandono” se ha reabierto ahora como sede de La
Fundación Los Maestros, dándole un uso cultural, y que de alguna manera pueda
seguir representando al pueblo como edificio emblemático y de progreso.
Todo esto es el preludio para contar el éxito del Grupo de Danzas
de la Cofradía de San Miguel, haciendo descripciones sobre la naturaleza del
tiempo fresco de la sierra, como sólo un grande como Federico Muelas sabe
hacer, situando en fechas la antevíspera de la fiesta, en plena Feria abierta,
una semana anterior a las fiestas patronales, y la gente de limpio que para eso
eran fechas importantes.
Mientras se espera a los danzantes, sitúa el lugar en la
plaza frente a la galería y la portalada, ya que parece ser que anteriormente,
la entrada al Ayuntamiento tenía unos soportales; sin olvidarse de la Fuente de
los Doce Caños, que los describe como “doce chorros de agua pura”.
Los hombres van llegando por grupos, algunos estaban en el campo, que era su medio de vida, la danza era afición y señala “hubo que enviar a buscarlos”, y vienen terminándose de ajustar la vestimenta.
Entran los músicos, el más anciano del Grupo el tío Mariano, 83 años, dice que nunca estuvo malo, “una vez tuve unas calenturillas”, su apellido celtibérico Aliaga Cardo, es amable, hablador, con repunte irónico, su hijo con 50 años es quien toca los platillos.
Comienzan con “Las Torrás”, sin la res que da nombre a esta danza y que al parecer antes se bailaba alrededor de ella ininterrumpidamente hasta que estaba asada y torrada, de ahí el nombre.
Danza ancestral con la que se celebraban los triunfos cristianos frente a los árabes, y que demostraba la resistencia de los bailadores para seleccionar futuros guerreros. Federico describe la danza como monótona y fuerte, de variadas figuras, al cerrar los ojos y oír el sonido de los platillos puede asemejar el choque de espadas.
Los danzantes bailan sin descanso ante un público que sabe más que los jurados nacionales e internacionales, su pueblo, que exige individualmente a cada uno todo lo que pueda dar, el máximo. Bailan a pesar del suelo de tierra llevando en volandas la música.
Los comentarios de alrededor de la fuente:
“─Que no se diga Remedios, que el pie se vuelve de plomo cuando se pasan los veinte.”
Federico nos habla de cómo volvieron triunfantes muchachos con alas en los pies, y cuan difícil es revalidar ese título ante los propios, aunque a mí me consta lo orgulloso que el pueblo estaba y sigue estando de aquel Grupo de jóvenes y no tan jóvenes que regresaron con ese título y ese honor.
Termina haciendo una comparativa con Julián Romero, que cuatro siglos atrás salía de la Venta de su padre Juan Romero. Julián, el de las Hazañas, la mejor pica de Flandes, pero le faltó la hazaña mejor, revalidar ante los suyos el título que le había otorgado el mundo.
Federico ya no ha sido testigo, al final Julián Romero ha sido revalidado y con honores en su pueblo Huélamo. Con gran reconocimiento todos los años se celebran unas jornadas en su honor. Al final todo es cuestión de tiempo.
Para ilustrar este relato, os dejo fotos de la época. Una vez más demostrar mi agradecimiento a Ángel Luis Adán de la Hoz, por proporcionarme tan valiosa información. Espero que os guste.
¡Viva San Miguel!
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