Todos los pueblos tienen sus tradiciones y leyendas, y Huélamo, nuestro pueblo vecino, no iba a ser menos.
Juan Manuel Merchante, un joven labrador, después de una noche de diversión , a la hora de retirarse dijo a sus amigos:
─Mañana tenemos una dura faena para barbechar, creo que ya es hora de volver a casa.
─Hasta mañana.
Silbando una tonada se fueron cada uno a su hogar, y Juan Manuel que los fue acompañando se quedó el último, soñando con la bella Ana María, a la que pensaba requerir de amores.
A solas, vio acercarse a un forastero vestido con una capa negra, que le habló así:
─Buenas noches tengas.
─Buenas noches -le contestó.
─Voy a La Serna, pero no conozco estos caminos. ¿Podrías acompañarme?
─No tengo inconveniente, me sé todos los caminos como la palma de mi mano.
─En marcha pues -dijo el desconocido.
Durante el camino no hablaron, pero al llegar al paraje Alto de la Horca, se volvió Juan Manuel a ver si le seguía el forastero, cuando observó que de los pies y manos del extraño personaje brotaban unas llamas azul verdosas.
Siguieron en silencio hasta que cerca ya de La Serna, miró al desconocido y al ver que de su capa salían siniestros resplandores y llamas en mayor cantidad, con verdadero terror, Juan Manuel se atrevió a decir:
─¿Podéis esperarme aquí un momento, mientras hago una necesidad?
─Sí -le contestó-, pero en cuanto oigas tres palmadas, no me hagas esperar y ven al instante.
El mozo se alejó poco a poco, y después se fue a todo correr, directo a Huélamo, como si tuviera alas en los pies.
Al llegar al Alto de la Horca oyó la primera palmada. No se detuvo y corrió más ligero. Al oír la segunda se hallaba en Los Dornajos. Siguió adelante desolado. Llegó junto a la iglesia cuando escuchó la tercera. El joven no se detuvo, volvió la cabeza y vio cómo saltaban chispas de los ojos de fuego del forastero y su capa negra como las alas de un murciélago. Ya notaba que lo tenía encima cuando llegó a su casa. La puerta era de dos hojas, saltó por la de arriba que estaba abierta y cerró inmediatamente con un cerrojo.
El de la capa negra empujó la puerta con la mano y dijo:
─De tus pies te has valido, si no tu sangre hubiera bebido.
El joven se encomendó a su patrona la Virgen del Rosario y prometió:
─Si me libras del diablo iré descalzo en la procesión.
A la mañana siguiente, pudieron ver que en la puerta, estaba la huella de una mano enorme marcada a fuego. Y esa huella duró muchos años.
(del libro de Mª Luisa Vallejo: Leyendas conquenses)
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