En alguna ocasión he hablado del grupo folklórico que
representó a Tragacete en importantes concursos. Ahora, gracias a la
generosidad de Ángel Luis Adán de la Hoz, ha llegado a mis manos la revista
Gaceta Ilustrada, donde queda reflejada la importancia que tuvo el grupo y la
publicidad que le dio al pueblo.
La crónica, nada más y nada menos, de la mano de Federico
Muelas, Cronista de Cuenca y poeta por excelencia, comienza haciendo una
descripción del pueblo:
“Tragacete, en el cogollo de la Serranía de Cuenca, es un
pueblo desparramado, de plazas extensas y calles, que de tan anchas, casi no lo
son. Difiere de la imagen habitual en los pueblecitos serranos: casas
acurrucadas a la sombra tutelar de la Iglesia. En Tragacete hay muros
viejísimos recubiertos de líquenes secos, y otros con el blanco reciente de la
cal viva. Solanas donde los viejos cuentan historias perdidas en el tiempo y
“cafés” con noticias recientes del mundo actual que ha traído a este rincón el
grupo vencedor en el concurso folklórico de Italia.”
En el año 1956 esta es la descripción que Federico Muelas
hace de nuestro pueblo. Nos habla del entonces alcalde Valentín Sevilla, al que
por edad sitúa entre los jóvenes y los viejos, y que por ello anima a los unos
y escucha a los otros, para que los antiquísimos ritmos y canciones que
recuerdan los mayores sean los jóvenes veinteañeros quienes los representen
fuera de nuestro país, y que así a nuestro pueblo vengan gentes de toda España.
Desde este punto de vista lo podríamos considerar pionero en cuanto a la
apertura turística como más tarde iremos observando.
También nos habla ya de la importancia de la caza, de la
destreza de hombres cazando corzos o jabalíes, y cómo los más viejos cuentan
tiempos en los que se cazaban osos, de ahí que la toponimia hable de parajes
como “El rincón de los corzos”, la “Umbría del oso”, o “Las Jabaleras”. Nos
habla de la limpidez y hermosura de los ríos y pinares del Júcar, del Tajo y
del Cuervo, para terminar diciendo que en un plazo breve, las primeras
escopetas de España se reunirán aquí, en uno de los cotos más extensos y bellos
del país, y para ello se ha construido un Parador de recia y cómoda
arquitectura, en el que sólo faltan por levantar las construcciones que exige
la montería: cuadras, perreras y capilla, aunque al parecer con discrepancias
al hallarse cercana la Iglesia con San Miguel como patrón, peleador que no va
nada mal como protector de cazadores.
Y todo esto dice Federico a doscientos kilómetros de
Madrid. El Parador al que se refiere sería conocido como Hotel La Trucha, con
gran prestigio durante muchos años como referente de un pueblo que miraba al
futuro con esperanza de progreso, con una fuerte decadencia a finales del siglo
pasado.

En la actualidad no tiene la función para la que se creó, y
después de muchos años de “abandono” se ha reabierto ahora como sede de La
Fundación Los Maestros, dándole un uso cultural, y que de alguna manera pueda
seguir representando al pueblo como edificio emblemático y de progreso.
Todo esto es el preludio para contar el éxito del Grupo de Danzas
de la Cofradía de San Miguel, haciendo descripciones sobre la naturaleza del
tiempo fresco de la sierra, como sólo un grande como Federico Muelas sabe
hacer, situando en fechas la antevíspera de la fiesta, en plena Feria abierta,
una semana anterior a las fiestas patronales, y la gente de limpio que para eso
eran fechas importantes.
Mientras se espera a los danzantes, sitúa el lugar en la
plaza frente a la galería y la portalada, ya que parece ser que anteriormente,
la entrada al Ayuntamiento tenía unos soportales; sin olvidarse de la Fuente de
los Doce Caños, que los describe como “doce chorros de agua pura”.
Los hombres van llegando por grupos, algunos
estaban en el campo, que era su medio de vida, la danza era afición y señala
“hubo que enviar a buscarlos”, y vienen terminándose de ajustar la vestimenta.

Las mujeres aparecen todas
juntas, sonríen y saludan, comprobando que no falte un detalle en el atuendo:
mantellina de lentejuelas, bordado delantal, rizada bocamanga. Al saludar cogen
con ambas manos las sayas que ahuecan tres pares de enaguas, inclinándose.
Entran los músicos, el más anciano del Grupo el tío
Mariano, 83 años, dice que nunca estuvo malo, “una vez tuve unas
calenturillas”, su apellido celtibérico Aliaga Cardo, es amable, hablador, con
repunte irónico, su hijo con 50 años es quien toca los platillos.
Comienzan con “Las Torrás”, sin la res que da nombre a esta
danza y que al parecer antes se bailaba alrededor de ella ininterrumpidamente
hasta que estaba asada y torrada, de ahí el nombre.
Danza ancestral con la que se celebraban los triunfos
cristianos frente a los árabes, y que demostraba la resistencia de los
bailadores para seleccionar futuros guerreros. Federico describe la danza como
monótona y fuerte, de variadas figuras, al cerrar los ojos y oír el sonido de
los platillos puede asemejar el choque de espadas.

Tanto las seguidillas como la jota son propias del lugar,
no tienen demasiado parecido con las de otros lugares. Las seguidillas con un
ritmo endemoniado, la jota más bien lenta. En las seguidillas los bailadores se
persiguen, en la jota se cortejan.
Los danzantes bailan sin descanso ante un público que sabe
más que los jurados nacionales e internacionales, su pueblo, que exige
individualmente a cada uno todo lo que pueda dar, el máximo. Bailan a pesar del
suelo de tierra llevando en volandas la música.
Los comentarios de alrededor de la fuente:
“─Que no se diga Remedios, que el pie se vuelve de plomo
cuando se pasan los veinte.”
Federico nos habla de cómo volvieron triunfantes muchachos
con alas en los pies, y cuan difícil es revalidar ese título ante los propios,
aunque a mí me consta lo orgulloso que el pueblo estaba y sigue estando de
aquel Grupo de jóvenes y no tan jóvenes que regresaron con ese título y ese
honor.
Termina haciendo una comparativa con Julián Romero, que
cuatro siglos atrás salía de la Venta de su padre Juan Romero. Julián, el de
las Hazañas, la mejor pica de Flandes, pero le faltó la hazaña mejor, revalidar
ante los suyos el título que le había otorgado el mundo.
Federico ya no ha sido testigo, al final Julián Romero ha
sido revalidado y con honores en su pueblo Huélamo. Con gran reconocimiento
todos los años se celebran unas jornadas en su honor. Al final todo es cuestión
de tiempo.
Para ilustrar este relato, os dejo fotos de la época. Una
vez más demostrar mi agradecimiento a Ángel Luis Adán de la Hoz, por
proporcionarme tan valiosa información. Espero que os guste.
¡Felices Fiestas!
¡Viva San Miguel!