miércoles, 28 de agosto de 2024

LAS TRASNOCHADAS




Es una costumbre que seguimos manteniendo a lo largo de los años. Antiguamente, cuando la televisión aún no había irrumpido en nuestros hogares, existía la costumbre de trasnochar en casa de algún familiar o de algún vecino. En las largas noches invernales, se esmotaban judías al calor de la lumbre baja, se jugaba a las cartas y se contaban historias a los más pequeños de la casa. Esas historias iban pasando de generación en generación de manera oral.
Durante el verano, esa costumbre era la de salir a tomar el fresco. No había terrazas en los bares como ahora, y por eso cada vecino sacaba un asiento a la puerta y pasaban la trasnochada contando anécdotas. Los vecinos eran como familiares por el trato que había con ellos, ayudándose unos a otros en la medida de sus posibilidades.
Por las tardes, las mujeres también solían salir con su asiento a la calle, y su cesto de costura. En las casas la luz era muy pobre, y aprovechaban la luz del sol para zurcir, o para coser. Compraban retales de tela y se hacían sus  sábanas, delantales; y otras veces jerséis para el invierno o ganchillo. 
Con la llegada de la televisión, que se fue introduciendo poco a poco en la mayoría de los hogares, esa costumbre de reunirse continuó alrededor de ese aparato que generalmente se pagaba a plazos mediante letras. Recuerdo la cocina de casa llena, no sólo de familiares, también de los vecinos del pueblo que aún no tenían.
Actualmente se sigue saliendo al fresco, en la mayoría de los casos en la terraza del bar, aunque si nos damos una vuelta por la noche en la mayoría de los barrios continúa esa costumbre.
Que no se pierdan esas trasnochadas donde se intercambian conversaciones entre vecinos. El que tiene un buen vecino tiene un tesoro, y el que no, tiene un castigo.
Aprovechemos las últimas noches veraniegas que aún nos quedan.

 

domingo, 11 de agosto de 2024

CAMINO PÉTREO DE SAN BLAS

 

Cueva de La Loca
Cuenta una antigua leyenda, que en el camino de San Blas había una hermosa princesa que vivía en un castillo, desde donde dominaba todo lo que a lo largo del recorrido se encontraba. Era respetada por todos sus súbditos, los habitantes de la villa, incluso las aves y fieras del monte, se volvían mansas, cuando se cruzaban por el camino.
Todo cambió cuando se enamoró del joven sacerdote que había llegado a la villa, que al final se convirtió en un amor correspondido. A pesar de mantener en secreto su pasión amorosa, una noche, una terrible tormenta le trajo la maldición: todo donde posaba su mirada se convertía en piedra. 
El primero fue su gran amor, de ahí vienen los nombres de parajes como la Cocinilla del Cura, y la Peña del Fraile. Después fueron convirtiéndose en piedra sus súbditos y todos los animales, que empezaron a temerla. Ella, consciente de su poder, sumida en un gran dolor,  abandonó su castillo y se refugió en una cueva, de donde sólo salía de noche para no cruzarse con ningún ser vivo. Probablemente muriera en esa cueva o abandonara el lugar, el caso que desde entonces nadie volvió a verla. Tampoco entró nadie en esa cueva a la que empezaron a llamar la Cueva de la Loca, y con ese nombre ha llegado hasta nuestros días.
Cuando vayas a pasear por el Camino de San Blas, no tengas miedo, sólo son personas y animales petrificados durante siglos y siglos que cuidan el sendero y vigilan tus pasos.
Eso sí, sólo aparecen cuando echas a volar tu imaginación, no hay que darle más vueltas.

¡FELICES VACACIONES!