jueves, 24 de agosto de 2023

EL COCHE DE LÍNEA

El coche de línea












 
El coche de línea era el medio de transporte, en una época que ahora nos parece lejana, que cumplía la labor de conectar los pueblos de nuestra provincia. Era muy importante, ya que pocas familias se podían permitir el lujo de tener su propio automóvil. 
El autobús iniciaba su ruta en la Vega del Codorno y paraba en todos los pueblos del itinerario: Tragacete-Huélamo-Uña-Villalba de la Sierra-Zarzuela-Villalba de la Sierra, hasta llegar a Cuenca. Y todos los días laborables, de Lunes a Viernes, se llenaban sus apenas 30 plazas de asiento, teniendo incluso alguno que viajar de pie.
La carretera era bastante más estrecha que la que conocemos en la actualidad, y al encontrarse con los camiones de la madera requería de la pericia del conductor.
El tiempo del trayecto era de unas tres horas por la mañana, y otras tantas de vuelta por la tarde. No se puede comparar con el minibús de ahora que sigue haciendo el mismo trayecto en poco más de una hora, pero con muchísimos menos viajeros, ya que casi todo el mundo tiene coche propio. 
Uno de los conductores, que a pesar del tiempo pasado se sigue recordando era Carlos García, que iba con Paco, el encargado de cobrar los billetes. El autobús que conducía ‘el tío Carlos’, era viejo, y decían que en los largos y fríos inviernos, había que echar una lumbre para que el motor entrase en calor y pudiera arrancar. Además de hacer el trayecto diario, Carlos también se ocupaba de los encargos de todo tipo que la gente le pedía. Cuentan que apenas hacía caso, o así lo parecía, pero por la tarde le traía a cada uno lo que le había encargado.
Al Coche de Línea también lo llamaban Coche Correo, porque transportaba, igualmente, las sacas con el correo, algo que ahora va de manera independiente.
Después de Carlos, y hasta la actualidad, han pasado diferentes conductores, aunque hablar del Coche Correo es recordar a Carlos, por buen conductor, no recuerdo haber oído que tuviese ningún percance, y por buena persona, porque todo el mundo lo recuerda con cariño.
Vaya como homenaje a todos esos conductores, que con su pericia en los autobuses de aquella época, nos conectaron con otros pueblos y con la Capital, en el Parque de San Julián, donde tenía la empresa Rodríguez la parada, hasta que se construyó la Estación de Autobuses, y sobre todo a Carlos García, del que todo el mundo tiene tan gratos recuerdos.   

jueves, 3 de agosto de 2023

EL AGUA














Fuente de vida y elemento indispensable. El mero gesto de abrir un grifo y utilizarla, a demanda, hace que sea imposible calcular su valor, e inimaginable, que alguna vez no haya sido así. 
Hacia el año 1909 fue cuando las grandes ciudades comenzaron a recibir agua potable en los domicilios, hasta entonces tenían que abastecerse en las fuentes públicas. En nuestro pueblo, según están fechadas las alcantarillas, no fue hasta 1969, sesenta años más tarde cuando el agua entró a formar parte de la cotidianeidad. Hasta esta fecha en la que se construyó un depósito de agua potable, que se bajaba y aún continúa, desde la Fuente del Frayle, el agua se tenía que acarrear desde las fuentes existentes, lo cual era una de las faenas asignadas a la mujer, que con cántaros y botijos, abastecían la casa para su consumo y aseo.
Con la llegada de la acometida del agua se facilitó una pila de piedra en la parte baja de todas las casas. Al entrar al portal, allí estaba colocada. Con el tiempo, cada vecino que pudo, la fue subiendo hasta las cocinas. 
Actualmente, la ducha, o el baño en la piscina, es algo absolutamente normal. Anteriormente si querían bañarse, era en el río, o en un baño que se hacía en Royo Salado, todos los veranos, embalsando el agua. 
Las mujeres cuando acudían al río a lavar, o fregar los cacharros, se arremangaban un poco la falda y se atrevían a meter los pies en él. En casa, lavarse por partes, o en un gran barreño, era lo habitual, calentando previamente  el agua en la estufa de leña o en la chimenea. 
Por supuesto, los cuartos de baño ni se conocían, la gente evacuaba donde podía, dependiendo de la cercanía de la casa en alguno de los puentes, o en algún callejón oscuro, en el mejor de los casos en la cuadra con los animales. 
Las aguas menores se recogían en el orinal o bacina, y había que andar listo cuando por alguna ventana se oía el grito: «¡Agua vaaa!», ya que te podías llevar una ducha “dorada” sin esperarlo. 
El lugar de aseo era un mueble de madera con una palancana o jofaina de porcelana o de cerámica, con una jarra para el almacenamiento del agua llamada aguamanil. 
La llegada del agua a las casas fue un acontecimiento, primero el agua fría, la caliente aún tardaría años en llegar con los primeros calentadores de gas butano, y alguno eléctrico. 
Para las mujeres fue un gran paso, pues les facilitó las tareas de lavar y fregar sin necesidad de tener que ir al río. 
Cuando paseamos por las calles tendemos a quejarnos cuando vemos una colilla o un papel tirados por el suelo. En aquella época, era habitual sortear excrementos tanto de animales que andaban sueltos: gallinas, perros, ovejas, etc., como de personas. Los tiempos cambian, y nosotros con ellos, para bien, afortunadamente. 
Recordemos al abrir el grifo el privilegio del que disfrutamos, con respecto a otros tiempos, y otros lugares donde aún no han llegado a conocer la suerte de la que otros disponemos. 
Hagamos un uso responsable de ese bien tan básico y necesario como es el agua, ya que hay muchos sitios donde ya tienen que abastecerse con cisternas.

¡FELICES VACACIONES!