El concepto "muerte" es inherente al concepto "nacimiento", nacemos para morir, y el intervalo de tiempo que hay en medio se llama "vida", y ese es el importante.
Con el paso de los años, del progreso, del descreimiento, etcétera, también ha cambiado la forma de enfrentar el último destino. Hace 60-70 años en nuestro pueblo, cuando alguien fallecía la familia se enterraba en vida: luto riguroso tres años, y saliendo de la casa solo para lo estrictamente necesario, y después uno o dos años más de medio luto. Si a esto le añadimos que en ese período de cinco años había otro fallecido en la familia, se encadenaba otro período similar y los jóvenes perdían su juventud, puesto que el luto era para toda la familia.
Se rezaba el rosario durante nueve noches seguidas en la casa del difunto. Lo que yo conocí se reducía ya a tres noches, hasta que poco a poco ha desaparecido la costumbre.
Ahora la gente pasa su duelo de distinta manera, y no porque no se sienta, sino por el absurdo que supone dejar de vivir cuando ya no se puede hacer nada por el fallecido.
Antes la gente moría de distinta manera, más corriente: de un patatús, de cólico miserere, de repente, de viejo. Ahora no, ahora se muere de manera más "digna", los fallecimientos tienen nombre y apellido: de infarto, peritonitis, de la edad, de estrés.
También muchas mujeres morían de parto, casi todos nacíamos en casa, ayudados por algún familiar que ejercía de partera. El médico sólo era solicitado cuando la cosa era muy complicada. Ahora es muy difícil que alguien muera de parto, puesto que hay un control durante todo el embarazo y los nacimientos se producen en hospitales.
Antes, los niños que nacían en verano, solían tener un mal desenlace, decían que se "agostaban", ¿el motivo?, era que las madres venían "sofocás" del campo y los amamantaban, y no sufrían gripes estomacales, ni descomposición, ni tan siquiera diarrea, tenían un "caguetazo negro", se agostaban.
Lo de la deshidratación entonces no existía.
Si la noche de Todos los Santos causaba respeto, la siguiente, la de las Ánimas, producía terror. Esos seres errantes, que durante todo ese día vagaban buscando qué sé yo, te hacían sentir rodeado de miedo. La costumbre era y es, hacer chocolate y puches.
Por cierto, decían que esa noche las ánimas, en los pobres puches metían los pies, y la gente joven tapaban con esos puches las cerraduras, que al endurecerse costaba abrir las puertas.
Por todo esto, el día de Todos los Santos no celebramos fallecimientos, sino recuerdos, momentos vividos, todos los buenos.
Honremos a nuestros muertos, sí, pero con nuestra mejor sonrisa y nuestro mejor recuerdo. Y mientras tanto, que no se nos olvide, que entre el principio y el fin, hay un intermedio que se llama vida. Disfrutemos con los nuestros, familiares, amigos, vecinos, porque la vida eterna queda lejos.
Los creyentes fervorosos tienen alguna ventaja, los que tienen dudas, algo menos. Vivamos la vida terrena por si la otra no llega.
¡Feliz día de Todos los Santos!