Llegadas estas fechas comenzaban los preparativos de la fiesta.
Las mujeres acondicionaban sus casas para recibir a familiares y amigos.
Se bajaba a Cuenca a comprar los "majos" que se estrenarían el día del Patrón, como señal de respeto, en la Santa Misa.
A los más pequeños, lo que de verdad nos olía a fiesta era la llegada del camión de madera con las barreras. Se descargaban en la plaza, al lado de los toriles, la actual farmacia. Desde la inocencia de la infancia y la sensación de ausencia de peligro, atravesábamos un tronco encima de los otros y hacíamos un columpio. Como no había parques, ni mucho menos columpios... resultaba una aventura emocionante.
Llegado el día del montaje de la plaza, los gancheros procedían como si de un puzzle se tratara y pieza a pieza iban colocando palos en vertical, enterrados en el suelo, alrededor de la plaza, después otros en horizontal entrelazados y, con cadenas, atados a los verticales para reforzar, hasta terminar el cerramiento. Aún recuerdo el grito "oooa" de Isidro, para alzar y colocar el pino todos a una. Como no quiero olvidar a ningún ganchero, valga Isidro en representación de todos ellos.
En principio los toros venían sueltos y tenían la puerta de entrada al lado de los toriles. La puerta que yo recuerdo estaba en la calle principal, los toros ya venían en cajones, en un camión.
La mañana del día 30 se procedía al desencajonamiento y encierro de reses, en los toriles, por la tarde sería la corrida. Además, para los mozos, había una vaquilla. Una vez finalizada la corrida se procedía a la suelta de ésta. Los mozos se tiraban al ruedo, alguno más valiente daba cuatro capotazos con una manta vieja, el resto corría, de un lado a otro de la plaza, con más miedo que vergüenza. Alrededor de la barrera se colocaban asientos, para poder ver la faena, principalmente para mujeres y personas mayores. El resto subidos en el palo que formaba la barrera. Las autoridades, junto a la banda de música, en el "palco" (balcón del ayuntamiento). Los vecinos de la plaza desde sus balcones y ventanas. No entiendo mucho del arte del toreo, no sabría diferenciar los pases, sólo me suenan sus nombres: chicuelinas, pase de pecho, verónicas... Lo que si puedo decir es lo fascinante que resultaba la llegada a la plaza de aquellos señores embutidos en sus trajes de luces al son de la música.
Años más tarde la plaza se trasladó a las afueras del pueblo, donde actualmente está situado el centro de salud. Ya no era de palos, sino una portátil que se mantuvo fija durante muchos años. La nostalgia me lleva a pensar que aquella pequeña plaza, en medio del pueblo, con su inolvidable olor a madera y resina hacía que pareciera más fiesta.
Otro acontecimiento esperado era la llegada del turronero, un señor que venía de Huélamo y montaba una mesa en el rincón del ayuntamiento con pasteles, chupones, turrón, alajú, garrrapiñadas, productos que solo llegaban para la fiesta. Los niños gastaban sus pocos ahorros hasta agotar presupuesto. El que recuerdo con más claridad es el puesto que montaba mi tío en la puerta de mi casa.
Parte importante de la fiesta era el baile en el salón, al lado del trinquete. Sesiones varias: mañana, tarde y noche, antes de comer, antes de cenar y sesión nocturna.
Lo más importante no ha cambiado, el día 29 celebramos nuestro Santo Patrón ¡SAN MIGUEL! Acudimos todos, con nuestras mejores galas, a presentarle nuestro respeto y acompañarlo en procesión por las calles del pueblo para que nos proteja de males venideros.
¡VIVA SAN MIGUEL!
¡FELICES FIESTAS!
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