viernes, 2 de abril de 2021

EN MI CASA... NO HABÍA ABUELOS

 

ABUELO


Cuando yo era pequeña, en mi casa no había abuelos, la única abuela que conocí falleció cuando yo apenas tenía cuatro años. En casa de mis primos y de mis amigos, sí que los había.
Siempre me ha fascinado la sabiduría que con el paso de los años se puede atesorar.
Cada abuelo era diferente, algunos vivían en un universo paralelo al nuestro: "ha perdido la cabeza", se decía entonces. Sensacionales todos, con sus desvaríos y ocurrencias.
La abuelita de la que quiero hablar vivía en casa de su sobrino Vicente, que estaba casado con mi tía Emilia. La mala suerte, o el destino, quiso cebarse con ella: cayó al fuego de la lumbre y como resultado de las quemaduras se quedó ciega. Su única hija también murió, por eso, alguno de sus sobrinos se hizo cargo de ella.
La recuerdo menudita, toda vestida de negro. Un sayo hasta los pies y un pañuelo en la cabeza, únicamente un pañuelo blanco, tapando el ojo que supongo más quemado, aunque el que llevaba al descubierto era un ojo opaco, sin vida, tampoco veía por él.

Se llamaba María "La tía María, la ciega". Contaba historias fantásticas, de cuevas, túneles y tesoros, y sabía muchas oraciones; cuando alguien perdía algo iban a verla para que rezara una de ellas.
En mi memoria queda una oración que ella rezaba y que debí aprender porque ha venido a mi recuerdo, trata sobre la Pasión de Jesucristo. Espero que mi memoria de adulta no traicione aquella que de niña la aprendió, y pueda reproducirla entera. A modo de homenaje a todos aquellos abuelos, que sin vivir en mi casa, viven en mi recuerdo. Especialmente a María, "la ciega" protagonista de esta historia.

El peral que yo planté, era un peral de victoria.
La tierra que yo le eché, era perfecta memoria.
Las carnes me están temblando de estas palabras que he dicho.
Me quiero volver cristiano y servir a Jesucristo.
Jesucristo fue nacido de la hija de Santa Ana.
Antes que la muerte llegue, a sus discípulos llama.
Ya los llama de uno en uno, de dos en dos los juntaba.
Ya que estaban todos juntos, estás palabras les habla.
Si no es por San Juan Bautista... que predicó en las montañas...
Yo moriré por mi Dios, morir por mi Dios no es nada,
que si muriese por otro, muriese de mala gana.
Ya sacan al buen Jesús, un viernes por la mañana,
con una cruz en los hombros de madera muy pesada.
Los cordeles arrastraban, los perros, estirazaban.
Cada tirón que le daban, a Jesús arrodillaban.
No arrodilles buen Jesús, que cerca están las montañas.
En los Calvarios más altos las tres Marías te aguardan.
Una la Virgen pura, otra Marta su hermana,
y la otra Magdalena, la que más dolores pasa.
Una le lava los pies, otra le lava la cara,
la otra recoge la sangre que Jesucristo derrama.
Cada gota que caía arroyos iban al cielo,
adónde iban a parar, a los pies del Padre eterno.
Padre eterno de la luz, mira donde está tu Hijo,
clavado y muerto en la cruz. Las piedras lloren conmigo,
los montes se hagan pedazos y el que está oración dijere
todos los viernes del año, salvaría Almas en pena y la suya de pecado.

Que está oración también sirva para pedir el final de la pesadilla que desde hace ya un año nos ha tocado vivir.
Espero que os guste.

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