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MAPA DE POSTAS DE 1810 |
En el libro de Miguel Romero de Pueblos de Cuenca, habla así sobre el nuestro.
Este lugar, acurrucado a los pies del cerro de San Felipe, techo de la Sierra de Cuenca, encuclillado al lado del río Cuervo y su nacimiento, no muy lejano de las aguas del Júcar e incluso de las del Tajo, tiene un privilegiado enclave donde la Naturaleza le ha hecho lugar de maravilloso encanto.
Pero, su belleza le ha dado siempre el significado de su acontecer y su ubicación en tierras de montaña, al lado de enclaves poderosos, su gran peso en la historia. Aquí, después que el romano quisiera aprovecharse de sus Salinas, la dependencia vino a generar el peso cristiano cuando desde el Señorío de Albarracín, un tal Azagra, disputara su poder con el otro señorío de Molina, potestad de Don Manrique Pérez de Lara, abusando uno y otro, en prebendas y diezmos.
Tal fue la importancia de estas tierras que la ciudad de Cuenca durante el dominio de Alfonso VIII compró este lugar y sus Salinas, el 3 de febrero de 1202 a su, por entonces, propietaria, la condesa doña Mafalda, viuda del conde don Pedro Núñez, concediéndole de esa manera los diezmos salinares a la Catedral conquense.
Pero es en el siglo XIV cuando adquiere mayor protagonismo, pues Alfonso XI la concede a la familia de los Albornoz y ahí alcanza cierto rango como potestad de esta gran familia, sobre todo en tiempos de Don Alvar García de Albornoz, noble de fuerte poder en aquellos tiempos de intrigas nobiliarias y, asesor impenitente del propio rey Enrique II, el de las Mercedes.
Buen sitio este lugar de Tragacete. Bueno en paisaje y en paisanaje.
Desde sus tiempos de pertenencia a los marqueses de Cañete, aquellos Hurtado de Mendoza, con prestameras y beneficios a la capilla del Espíritu Santo de Cuenca, Buenas Canonjías, su patronazgo a San Miguel, advocación de su bella parroquial, edificio solemne con bella espadaña y dos portadas que dan entrada a una nave amplia y bien artesonada, con modillones en las vigas centrales, retablo de piedra y mármol, pila bautismal, sencilla y de gallones, a los tiempos modernos, ahora, con buen turismo recibido, este lugar ha sido núcleo de la comarca.
Por eso hay que destacarlo. Ahora, su infraestructura es amplia. Hotel, hostales, restaurantes, casas rurales, amplias veredas de servicios y un sinfín de paisajes que incitan a un turismo rural donde la belleza y el sosiego te pueden provocar constante deseo de visita.
Todos recuerdan aquellos años de trashumancia, la Cañada Real de Zaragoza a Andalucía por Valencia, la que desde aquí partía y que, salvando el río Tajo por la dehesa de Belvalle, discurría aguas arriba del río Cuervo, cruzando los límites de la Vega del Codorno y Tragacete para descender hacia las Majadas y Villalba. Aquellas cabañas ganaderas de Juan Rodríguez, Francisco de la Cueva o Esteban Sánchez nos advierten de la buena lana que aquí se criaba e hicieron del lugar, por entonces, privilegio de pocos. Ese entorno de Parque Natural de la Serranía, hacen de este enclave un deseado punto de necesaria visita.
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