miércoles, 24 de enero de 2024

LAS TIENDAS



Ahora que hemos estado a punto de quedarnos sin Supermercado, un servicio básico para el mantenimiento de un pueblo, me vienen a la memoria aquellas pequeñas tiendas que a lo largo de los años han ido regentando diferentes personas. 
La tienda de “Capullo”, la de “Conejo”, la del “Moreno”, la de la tía Esperanza, la de la Emiliana, etc. 
La de Capullo y la de Conejo no recuerdo verlas en funcionamiento, pero sí ver los locales todavía en pie, aunque ahora el del primero ya ha desaparecido y el segundo es vivienda particular. 
La del Moreno la recuerdo más de oídas, mi memoria alcanza cuando la llevaba Catalino y más tarde Tomasa. 
De la tía Esperanza sí que tengo un vago recuerdo de ir a comprar. Había toda clase de géneros: telas, botones, cremalleras. Con aquellas telas de cuadros rojos se hacían las cortinas que en casi todas las cocinas de la época tapaban el hueco de la pila, y una especie de faldita en las chimeneas. 
Más tarde, cuando se jubilaron la tía Esperanza y el tío Ciriaco, fue su hijo Fabián y su mujer Angelina, los que abrieron una tienda en la misma calle, en la que se seguía vendiendo productos alimenticios: carne, pienso, patatas, etc. Las medidas sanitarias no eran tan estrictas en aquella época.
La de la Emiliana, por cercanía a mi casa, es la que tengo más clara, no cuando la llevaba ella, sino cuando más tarde se la traspasó a Dionisio, el hijo del médico, y éste a su vez a Agapito, aquí es donde mis recuerdos son más recientes. Agapito, Martina, y sus hijos durante muchísimos años estuvieron llevando la tienda de la Plaza, lo que ahora es Bar El Vasallo. 
Era un pequeño local de ultramarinos en el que se vendía desde carne hasta tabaco, pasando por medicinas, zapatillas, tornillos, cacerolas, bacalao que con una máquina llamada guillotina te cortaban el trozo que querías. Los plátanos, colgados en racimos, de los que se iban separando piezas. Tomate natural y aceitunas al peso que sacaban de unas enormes latas. Chocolate con cromos y chocolatinas con provincias que íbamos coleccionando hasta intentar completar el álbum o el mapa de España. Especias que se compraban al peso, garbanzos, judías, etc. 
Eran tiempos difíciles, en los que el dinero no circulaba, estas tiendas fueron el sostén de muchas familias, que apuntaban lo poco que podían comprar y pagaban cuando vendían el ganado o la cosecha. 
Con el paso de los años, las normas sanitarias más estrictas fueron diferenciando los artículos por sectores. Poco a poco cada artículo tuvo un lugar independiente para su despacho.
La farmacia dejó de ser un mero botiquín, para pasar a ser lo que es hoy en día. La primera farmacia propiamente dicha la bajaron donde años más tarde estaría el último estanco en el pueblo, y durante muchos años fue Angelita la encargada de que las medicinas llegaran a sus habitantes. 
La carnicería también se sacó de la tienda de ultramarinos, y se colocó en la misma zona que abrió la farmacia, encargándose de ella Sole hasta su reciente cierre. 
En la actualidad sólo queda una carnicería, la de Catalino que durante muchos años funcionó con él y Sole, su mujer, y que ahora lleva su hijo Sergio, y en la que todavía podemos disfrutar de excelentes chorizos y morcillas de la tierra.
Martina, con su enorme paciencia con los niños, que iban y le pedían chuches en piezas sueltas: una fresa, un huevo, un ladrillo, que la mujer iba poniendo con esmero. Después preguntaban: “¿Cuánto llevo?”, y les decía “tanto”, “pues quítame que sólo llevo esto”, y con enorme paciencia volvía a recoger alguna golosina. Sobre todo cuando acudían los niños de los campamentos, que eran grandes grupos y con el dinero contado. 
Desde aquí, muchas gracias por el servicio prestado durante tantos años a todos los que habéis estado manteniendo estos establecimientos abiertos: Agapito, Esperanza, feliz y merecida jubilación a todos ellos, disfrutadla.  
A los nuevos emprendedores desearles mucha suerte en su nueva andadura.  
Un recuerdo inolvidable para Martina, que durante muchísimos años fue mi vecina y que todos los años de mi infancia me regalaba un pañuelo de su tienda el día de mi cumpleaños. Y un impagable recuerdo para mi queridísimo Antonio, compañero de juego y correrías por la plaza durante toda nuestra infancia.