Ahora que
hemos estado a punto de quedarnos sin Supermercado, un servicio básico para el
mantenimiento de un pueblo, me vienen a la memoria aquellas pequeñas tiendas
que a lo largo de los años han ido regentando diferentes personas.
La tienda de “Capullo”,
la de “Conejo”, la del “Moreno”, la de la tía Esperanza, la de la Emiliana,
etc.
La de Capullo y
la de Conejo no recuerdo verlas en funcionamiento, pero sí ver los locales
todavía en pie, aunque ahora el del primero ya ha desaparecido y el segundo es
vivienda particular.
La del Moreno la
recuerdo más de oídas, mi memoria alcanza cuando la llevaba Catalino y más
tarde Tomasa.
De la tía
Esperanza sí que tengo un vago recuerdo de ir a comprar. Había toda clase de géneros:
telas, botones, cremalleras. Con aquellas telas de cuadros rojos se hacían las
cortinas que en casi todas las cocinas de la época tapaban el hueco de la pila,
y una especie de faldita en las chimeneas.
Más tarde,
cuando se jubilaron la tía Esperanza y el tío Ciriaco, fue su hijo Fabián y su
mujer Angelina, los que abrieron una tienda en la misma calle, en la que se seguía
vendiendo productos alimenticios: carne, pienso, patatas, etc. Las medidas
sanitarias no eran tan estrictas en aquella época.
La de la
Emiliana, por cercanía a mi casa, es la que tengo más clara, no cuando la
llevaba ella, sino cuando más tarde se la traspasó a Dionisio, el hijo del
médico, y éste a su vez a Agapito, aquí es donde mis recuerdos son más
recientes. Agapito, Martina, y sus hijos durante muchísimos años estuvieron llevando
la tienda de la Plaza, lo que ahora es Bar El Vasallo.
Era un pequeño
local de ultramarinos en el que se vendía desde carne hasta tabaco, pasando por
medicinas, zapatillas, tornillos, cacerolas, bacalao que con una máquina
llamada guillotina te cortaban el trozo que querías. Los plátanos, colgados en
racimos, de los que se iban separando piezas. Tomate natural y aceitunas al
peso que sacaban de unas enormes latas. Chocolate con cromos y chocolatinas con
provincias que íbamos coleccionando hasta intentar completar el álbum o el mapa
de España. Especias que se compraban al peso, garbanzos, judías, etc.
Eran tiempos difíciles,
en los que el dinero no circulaba, estas tiendas fueron el sostén de muchas
familias, que apuntaban lo poco que podían comprar y pagaban cuando vendían el
ganado o la cosecha.
Con el paso de
los años, las normas sanitarias más estrictas fueron diferenciando los
artículos por sectores. Poco a poco cada artículo tuvo un lugar independiente
para su despacho.
La farmacia
dejó de ser un mero botiquín, para pasar a ser lo que es hoy en día. La primera
farmacia propiamente dicha la bajaron donde años más tarde estaría el último
estanco en el pueblo, y durante muchos años fue Angelita la encargada de que
las medicinas llegaran a sus habitantes.
La carnicería
también se sacó de la tienda de ultramarinos, y se colocó en la misma zona que
abrió la farmacia, encargándose de ella Sole hasta su reciente cierre.
En la
actualidad sólo queda una carnicería, la de Catalino que durante muchos años
funcionó con él y Sole, su mujer, y que ahora lleva su hijo Sergio, y en la que todavía podemos disfrutar de excelentes chorizos y morcillas de la tierra.
Martina, con
su enorme paciencia con los niños, que iban y le pedían chuches en piezas
sueltas: una fresa, un huevo, un ladrillo, que la mujer iba poniendo con
esmero. Después preguntaban: “¿Cuánto llevo?”, y les decía “tanto”, “pues
quítame que sólo llevo esto”, y con enorme paciencia volvía a recoger alguna golosina.
Sobre todo cuando acudían los niños de los campamentos, que eran grandes grupos
y con el dinero contado.
Desde aquí,
muchas gracias por el servicio prestado durante tantos años a todos los que
habéis estado manteniendo estos establecimientos abiertos: Agapito, Esperanza,
feliz y merecida jubilación a todos ellos, disfrutadla.
A los nuevos
emprendedores desearles mucha suerte en su nueva andadura.
Un recuerdo
inolvidable para Martina, que durante muchísimos años fue mi vecina y que todos
los años de mi infancia me regalaba un pañuelo de su tienda el día de mi
cumpleaños. Y un impagable recuerdo para mi queridísimo Antonio, compañero de
juego y correrías por la plaza durante toda nuestra infancia.