¡Hasta San Antón Pascuas son!
Cuando llegaba San Antón el día 17 de enero se daban por terminadas las fiestas navideñas.
Se oficiaba una misa para bendecir a los animales y así tenerlos protegidos de todo mal durante todo el año.
En los diferentes barrios del pueblo se llevaba a cabo un ritual de hogueras donde los vecinos iban llevando trastos viejos que se acumulaban en una enorme montaña que se prendía fuego cuando anochecía.
Yo recuerdo la de mi barrio: en medio de la plaza, que en aquella época era de arena, se hacía la hoguera más grande de todas.
Como si de un rito se tratara, o una noche de conjuros donde se quemaba todo lo viejo y pareciera que el fuego purificase el ambiente dando la bienvenida a un nuevo año, despojado de todo lo malo, preparando una nueva etapa y esperando que todo lo que llegase fuera bueno.
Los más atrevidos saltaban de un lado a otro por encima de la hoguera, costumbre peligrosa, como tantas otras, desafiando siempre al destino. Los más insensatos solían ser los más jóvenes.
Otra costumbre, que no he vivido pero sí he oído, era la del gorrino de San Antón. Un cerdo que se adquiría y vagabundeaba por las calles del pueblo con una campanilla al cuello. Cuando los vecinos oían el sonido peculiar de la campanilla le echaban comida, y así, sin darse cuenta iba creciendo y engordando hasta su fatal desenlace.
Llegada la fecha, el día 17, se procedía a su adjudicación, desconozco si era por un sistema de rifas o de puja. El dinero que se obtenía se entregaba al cura para que dispusiera de él en favor de los más necesitados.
Existe la expresión "andar balduendo como el gorrino de San Antón", es decir, vagando. Por si acaso escucháis alguna vez que andáis "balduendos" cuando vais por el término de Tragacete.